martes, 27 de marzo de 2012



LA SIEMBRA DE CEREBROS






«¡El cerebro humano nos tiene aburrido. Su sabor ya nos repugna!», dijeron a viva voz varios árboles carnívoros en su acostumbrada reunión anual. 
En un rincón, un árbol grueso de ramas cortas pidió la palabra.
«¡El cerebro humano podría servir para otra cosa!
«¿Para qué?», preguntaron en coro.
«Para fertilizar nuestros retoños».
Radiante de alegría Trularat llevó a los árboles a su granja y le mostró la plantación de cerebros humanos, que como debía suponer en un mundo dominado por vegetales carnívoros no era nada nuevo. En el suelo desértico, donde crecían más sabrosos los cerebros, estaban sembrados todo tipo de humanos, desde analfabetos hasta intelectuales. Pacientemente les mostró los cuidados y la técnica utilizada para cosecharlos. 
«Todo lo que he visto aquí me parece excelente pero ¿dónde están las pruebas de sus propiedades fertilizantes?», preguntó uno.
Mientras Trularat los llevaba a una habitación que utilizaba como invernadero les comentaba las particularidades que tenía los cerebros como abono:
«Es mucho mejor que el estiércol», decía. «No tengo duda que revolucionará al mundo vegetal. 
Imagínense a nuestros hijos creciendo robustos e inteligentes…Ya llegamos, dentro verán los retoños más inteligentes que hayan visto jamás».
Lentamente Trularat abrió la puerta del invernadero. De sus veinte retoños que pacientemente había cuidado sólo existía uno. El brote de árbol carnívoro había cortado a los demás retoños. 
Su mirada era inteligente pero maligna. Tenía un hambre infinita, pues no sólo había devorado los dedos humanos, con que Trularat acostumbraba alimentarlos, sino también a sus hermanos. Pero lo que más espanto produjo en la comitiva era que el retoño ya estaba haciendo un diseño para construir una bomba de destrucción masiva. 

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